miércoles, 22 de febrero de 2012

Crítica: "Shame"

Ayer (¡por fin!) tuve el placer de ver la última obra maestra de Steve McQueen. Tras la sobresaliente y cruda “Hunger”, llega a nuestras salas de cine “Shame”. Tiempo atrás, se hizo notar en el Festival de cine de Venecia e incluso le valió un galardón al protagonista, el irlandés Michael Fassbender, así que poniéndome un poco informal… coño, ya le tenía ganas a esta película.
        Y hablando de placer, os dejo la sinopsis para que veáis por donde van los tiros:
"Brandon (Michael Fassbender) es un treintañero neoyorquino con serios problemas para controlar y disfrutar de su vida sexual. Se pasa el día viendo páginas pornográficas y manteniendo contactos con solteras de Manhattan..."


        Lo que más se oyó tras su proyección en Venecia fue la inclusión de escenas de alto y explícito contenido sexual en el montaje final. Extensas tomas que se recrean en los actos sexuales sin privarse de ningún plano, sin censura alguna. Sin embargo, os pongo sobre aviso: “Shame” no es una película pornográfica ni, muchísimo menos aún, erótica. No es una porno porque no hay tanto sexo como en un principio podría dar juego el retrato de la vida de un adicto. No es erótica porque se nos muestra siempre un sexo frío, rutinario, gris, sin pasión ni emociones, ni calor (salvo contadas excepciones en las que siempre aparece algún obstáculo para templar el ambiente).

         Esta frialdad nos la pinta McQueen en el paisaje de un New York mucho menos vivo y alegre que de costumbre. La metrópoli se dibuja sobre una cuadrícula en la que se alzan altos edificios de hormigón, que alcanzan el cielo siempre encapotado. La lluvia y las nubes, si os fijáis bien, nunca van abandonar el techo de la ciudad que nunca duerme. Aunque, ciertamente, la mayoría de las escenas son rodadas en la más pura (y a veces completa) oscuridad de la noche y las calles secundarias. El resto de los emplazamientos lo completan el metro, las oficinas, apartamentos lujosos, discotecas y habitaciones de hotel blancas con grandes ventanales.

            En los lugares cerrados, el director nos deleita con colores luminosos y pálidos, muchos cristales y el minimalismo decorativo: la soledad física, el frío de una jaula de oro en el entorno urbano. En las calles, nos encierra en la penumbra, en los suburbios, en la suciedad, los medios tonos y las luces de león: la soledad afectiva, la decadencia; sentirse solo aun cuando se está rodeado de gente.

         Y es que en la película, repleta de diferentes matices que invitan a una profunda y distendida reflexión sobre la forma de afrontar nuestras vidas hoy en día, lo menos importante es la adicción sexual. Lo que nos importa, lo que nos lleva a no abandonar la sala hasta la aparición de los títulos de crédito, no son el sexo ni los cuerpos desnudos, sino la desnudez del alma del personaje de Fassbender.


           Quizá lo más curioso de la cinta, aparte de los ya habituales planos tan originales y distintivos del cineasta (en “Hunger” se observa con mayor claridad este delicioso aporte visual y estético), es la extensa longitud de las secuencias. Aunque, generalmente, en el cine se hace uso de largas tomas con un solo plano para crear ambiente de tensión o disminuir la velocidad de la acción, en realidad en “Shame” no se aprecia apenas el pausado ritmo del desarrollo. Es cierto que se hace larga, aunque, en mi humilde opinión, no para mal. Simplemente en lugar de parecer que su duración no sobrepasa casi la hora y media, para el espectador directamente se convierte en dos horas muy fluidas.

            Estas prolongadas secuencias, además de ofrecer un montaje llamativo y muy realista, lucen mejor el trabajo de los actores. No es lo mismo ver a Fassbender en un refrito de planos de corta duración pertenecientes a diferentes tomas (veáse, X-Men, por ejemplo), a encontrarnos frente a un sinfín de emociones dentro de un mismo plano en el rostro del actor, sin mezclar tomas, a veces durante más de treinta segundos. Ese acercamiento del séptimo arte al teatro es una gozada para los que disfrutan con una interpretación completa y humana


             El guion, ideado también por el polifacético McQueen, es una metáfora de tantas situaciones cotidianas de la vida que uno pierde la cuenta. Es brillante y por eso, aunque no haya muchas escenas dedicadas al diálogo, cada palabra pronunciada se lleva la palma. No hay más que prestar atención, por ejemplo, a la conversación que mantienen Brandon y su compañera de trabajo en la cita, sobre el sentido de las relaciones (ahí está la clave de las carencias del personaje de Fassbender). También prestad atención a otros momentos del metraje, como el juego en la discoteca sobre los detalles o la chala del protagonista y su hermana en el sofá, porque en ellos se esconden la esencia de “Shame”.

           Sin embargo, como en la vida misma, lo más importante no está en las palabras, sino en los actos. Ya en la primera acción, en el metro con la mujer (una de las escenas más impactantes, a mi parecer, por su cargado contenido de la cuestión moral), se retrata la personalidad de Brandon como un ser solitario, feroz, hambriento y ligeramente avergonzado. Esa vergüenza hacia su propia condición de adicto irá aumentando a medida que avanza la película y nos vamos inmiscuyendo en la vida (saturada de sexualidad) del personaje principal. La aparición de su excéntrica hermana será el suceso que desencadene una serie de cambios en su mentalidad.


             Aunque mucho se resalta en los medios la interpretación de Fassbender, que en verdad es un máquina y más feroz que su propio personaje, la calidad de la actuación de Carey Mulligan como Sissy no se queda por detrás. Ambos representan dos estereotipos de personas de la sociedad actual, en su versión más extrema: el solitario y el dependiente.

             El primero, se desentiende de todo compromiso afectivo con tal de mantenerse a salvo y sin mayor preocupación que su propio bienestar. Esa falta de afecto externo y su adicción al sexo, llevan a Brandon a un nivel de insatisfacción tan desmesurado que agravan su búsqueda del placer carnal, con tal de sentir calor o alguna emoción en el gélido mundo que se ha construido alrededor. En apariencia, parece un hombre seguro de sí mismo, sereno, con los pies en la tierra. En su interior, sus pasiones se desatan en el huracán de sensaciones que supone para él una actividad sexual. Está solo y muy vacío. Es la personificación del hiperindividualismo, del culto a lo efímero, el hedonismo y la liberación sexual.

            El segundo, representado por la hermana de Brandon (Sissy), es una joven soñadora y excesivamente dependiente de los demás. No es capaz de valerse al completo por sí misma porque necesita el calor de la compañía humana. En este caso, ella misma es el huracán de emociones. Desatada, excesiva y descontrolada, se muestra al mundo como una chica extrovertida y alegre, ocultando bajo la ropa los cortes de sus brazos, el pesimismo y el miedo. También está muy sola, pero se aferra a sus únicos lazos afectivos como si le fuera la vida en ello.

         Cuanto intenta aferrarse a su relación con Brandon, surge a la vista una tremenda cuestión moral en la que se insinúa un deseo incestuoso. La adicción al sexo se interpone entre un amor fraternal que acaba desbordándose y saliendo por la tangente. 


           En “Shame” veremos como el protagonista intenta luchar consigo mismo, contra su propia naturaleza y sus miedos, contra sus deseos. Al final el espectador acaba descubriendo si Brandon lo consigue o no, y cuáles son las consecuencias. Por si acaso alguien no ha podido visionar la cinta aún, me callaré los detalles y tan solo añadiré que el personaje de Michael Fassbender no solo acaba percatándose del riesgo de su adicción, sino que lo prueba en sus propias carnes.

           Para terminar, porque algunas reflexiones de la película quiero dejároslas a vosotros (y si queréis comentarlas, me parecerá maravilloso), quiero destacar la capacidad emocional de varias escenas. En una, Mulligan nos sorprende con una deliciosa (y completa) interpretación del “New York, New York” de Sinatra, mientras Brandon se deshace en lágrimas al escucharla. En otra, Brandon vuelve a llorar al final, tirado en la calle, bajo la lluvia, destrozado por su propia vida.

         No tocaré el tema del puritanismo estadounidense, las quejas sobre la película y su ninguneo en los Oscars, porque ya nos los conocemos. La película muestra sin tapujos muchos tabúes muy reales que a los mandamases de la industria no les interesa premiar. Es muy triste, pero es así.

    Recomiendo esta película a todo el que le guste el cine de verdad. El cine cargado de arte, de enseñanzas, de interpretaciones magistrales y sobre todo, sin censuras. También, al que le apetezca atreverse con una película dura y muy escabrosa, pero tan real casi como nuestras propias vidas. Te hará pensar, lo quieras o no.

        McQueen nos ofrece una lección sobre las personas, sus miedos, sus deseos y sus aspiraciones. También, sobre nuestra sociedad de hoy en día, sobre la soledad, las relaciones y el papel que juega el sexo y el contacto físico en todo ello.

Ya que solo daré puntuaciones exactas, esta nota he tenido que redondearla… Y teniendo en cuenta que McQueen no lleva mucha experiencia como director a sus espaldas (que no en el cine) y el mérito que eso supone, he decidido redondear benévolamente…

CALIFICACIÓN: 9


Y a todo aquel que le haya fascinado la esencia del filme, les recomiendo “La era del vacío” de Lipovetsky, un libro donde se reflejan algunas bases de la sociedad actual.

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